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lunes, 27 de abril de 2020

Señor del Mal

¡Querido señor del mal!
Mi mano ha decidido conjurar a las musas de la muerte,
Sólo para coquetear con lo prohibido.
En algún momento tu rostro se hizo familiar en mis rutinas
Y juré por mí dioses paganos,
 no permitir que tus huellas quedarán en mi sendero
Determinación de cristal.
Vacilante me dejé caer
Rodé
Sabía que esos bailes mudos bajo los sortilegios nocturnos, eran pecado.
No me detuvieron, sin embargo,
Las clases de catecismo
Ni las ideas vagas y abstractas de los insatisfechos moralistas.
Sólo el miedo a que este polvo
que me machaca los cimientos mismos del pecho hasta enajenarme de mi ser
No fuese más que un espejismo
Vulgar, repetido e intrascendente
La misma puesta en escena de una obra inmortal
 Cuyo protagonista es sólo el afán de poseer para luego desechar
-manía de macho vaciarse para luego suplir la necesidad en nuevas formas- 
¡Oh señor del mal! ¡Qué contradicción entonces la mía!
Yo que morí tantas veces contigo y ahora me toca reinventarme sin ti
Es por eso que te creé un altar  atemporal en mi memoria
 y allí sigo contigo en aquella despedida
 donde te entregue las últimas de mis primeras veces
 y no sé si te mereces un funeral con tantos honores
sólo sé que ese lugar es y será ineludiblemente tuyo.

Viaje dentro de mi

Se descocieron los hilos del tejido de la realidad

Los bordados del tiempo perdieron la forma

Y hasta mi imagen en el espejo me alienaba

Es que con Ojos prestados me vi

En toda la dimensión de una primera vez.



El silenció se tornó humano

Un compañero sutil y amable, que despacio me acunaba

Y cada paso, se desvinculaba del anterior,

volviéndose independiente e Inconexo



Los conceptos habían desatados sus cordones

Fui trascendente, profunda

Rescaté del cielo mismo el sentido de la vida y de la muerte

Podía haberme enfrentado a todo y a todos

Porque nada era real

Nada importaba

si beber el aire o respirar la azúcar

Me volví solo piel

Boca

Lengua

Sentí más que nunca el peso de las máscaras

Con que enfrentamos la rutina

Y por fin viajé dentro de mi

Y por fin me encontré

Y fue tan jodidamente único ese momento

Que supe que jamás estaría nuevamente en ese luga

martes, 5 de junio de 2018

Victor


Hace años que no escribo. El mismo tiempo que tiene Víctor de muerto.  Es una casualidad. El destino nunca quiso que coincidiéramos en ganas y esfuerzos. O quizás fue él o quizás fui yo.  En todo caso, su muerte me impactó más de lo que hubiese imagino.
Todavía no sé de qué murió, habíamos cesado todo contacto cuando leí su obituario. Llamé a su mujer, pero ella, que se proclamaba ganadora de una lucha que yo me sabía ignorante, me trató como la amante que no fui. Dijo que sabía perfectamente la naturaleza de mi relación con Víctor, sinceramente me habría gustado que me la explicara.
Esta noche sin embargo, me siento irreverente. Las ganas locas de creer que aún es posible ser yo, me incitan. Estoy aquí, sin mucho que decir, pero con el ímpetu de aquellos que deciden sobreponerse a las circunstancias. Así pues escribo de Víctor porque no lo he olvidado.
No fue una historia de amor, no fue una historia erótica, no fue una historia de amistad y tampoco se trataron de negocios. Simples conatos en cada una de estas áreas. Besos abortados en medio del tráfico, casos millonarios que nunca logramos resolver, tragos cómplices en algún bar tranquilo o el desfile de almuerzos que luego él vomitaba, con mucha decencia, en el baño más cercano.
No sé si era bulímico, en el sentido estricto del término  y soy muy meticulosa con la semántica para atreverme a afirmarlo. Sé que se  había sometido a una de esas operaciones que te convierten el estómago en la quinta parte de su tamaño real y seguía comiendo como antes. El resultado, ya lo describí arriba.
Cuando me comentó de la existencia de quien terminó siendo su pareja oficial, uso la palabra lástima. Lo odié por eso. Decía que ella quería ser otra cosa más que su amiga, sin embargo no le atraía lo suficiente. Tengo dos teorías: Mentía al respecto y era feliz con su feíta. Decía la verdad y la feíta insistió tanto que se ganó su corazón. Sin importar como haya sido, ella  terminó proclamando  la supremacía de su derecho sobre el cadáver de Víctor.
Víctor era un obeso reconstruido, con tendencias a tomar como un cosaco y una visión muy laxa de sus defectos, con  padres divorciados que vivían muy lejos de él, con un hijo que tuvo en una aventura lejana y al cual no veía. Su historia amorosa se resumía a ensuciar las sábanas con desconocidas, a  un concubinato fracasado después de trece años de unión y a la feíta con la que terminaría sus días.
No fui especial con él, no fui el sol del que me disfrazo cuando ando por allí haciendo favores a desconocidos, por la mera compulsión de creer que así neutralizo el mal que causo. Fui la peor versión de mí, la egoísta, la caprichosa, la maleducada, la que simplemente se para y se va cuando se fastidia (o en su versión 2.0 bloquea la conversación cuando se cansa).
Nunca lo he llorado y tampoco creo que nuestra relación dé para lágrimas. Mi problema no es que me duela que  haya muerto. Es cierta sensación que hay vidas que se desperdician sin ningún sentido real. Que son personas que viven miserablemente, que no son felices y un buen día simplemente se mueren y ya. Como una película europea de cine independiente, cuyo final no se entiende.
Debo decir, con cierta vergüenza que he estalkeado a la feíta, salió embarazada y por las cuentas no es de Víctor. Eso me entristeció, ni siquiera ella le guardó el luto suficiente.  El pobre me parece el colmo de las soledades: Su vida y su muerte pasaron  desapercibidas por este mundo.
¿Y si acaso mi vida es así de gris y no lo he notado? Parafraseando a Fito, me muevo por siniestros ministerios, haciendo la parodia de abogado.  Eso es todo. Ni siquiera trabajo para el lado de los buenos y es cada día más difícil fingir que no me importa.
Hoy le dedico estas palabras a Víctor, es más se las escribo a él directamente.  Aunque estoy fielmente convencida que en el sueño de la muerte no hay conciencia de nada, quiero volver a escribir con su recuerdo. Que su existencia impacte al menos una vida,  la mía y que se redima en letras todo lo que no fui capaz de darle cuando tuve la oportunidad.
Víctor, ahora que he aprendido a amarme más a mí, para amar a los demás desde lo que son y no desde lo que quiero que sean, lamento que no estés para ver el cambio. Víctor si existen segundas oportunidades, donde tengamos conciencia de quienes fuimos, te pediré disculpas por no haber sabido ser tu amiga. Víctor  trataré mejor a tu recuerdo de lo que te traté a ti y procuraré recordar siempre las sonrisas compartidas. No me despido porque seguiré viéndote en cada persona que se te parezca, que hablé, huela o ría como tú.

Siete libros que toda mujer moderna debe leer.


La literatura nos ofrece ejemplos de mujeres fuertes y activas, que supieron encontrar la felicidad pese a circunstancias adversas. Por eso, te invitamos a vivir con ellas sus historias y ser protagonistas de las mismas, así aprenderás, que al final el triunfo consiste en no rendirse:

1) Jane Eyre de Charlotte Bronte

Esta novela, ambientada en la Inglaterra victoriana. Nos cuenta la historia de una huérfana confinada a vivir con una tía que la desprecia y unos primos egoístas, para luego ser enviada a una especie de escuela orfanato, de niñas pobres. Gracias a esta educación, consigue los conocimientos suficientes para ser Institutriz y así logra un trabajo respetable. Sin embargo, el amor se atraviesa en su camino y como todo en su vida, no será una lucha fácil. Jane Eyre es la historia de una mujer valiente, que lucha contra un sistema que va en su contra y que pese a todas las vicisitudes, no pierde su esencia, que incluso es capaz de darle la espalda al amor, por sus valores.

2) Lo que el Viento se Llevó de Margaret Mitchell.

La historia es famosa por la película Homónima. Pero la Scarlet de la novela, es mucho más práctica, fuerte y decidida. La Guerra Civil norteamericana, sirve de marco histórico para el relato. Scarlet descubrirá que el verdadero amor, se parece poco a aquel idealizado en su adolescencia y está lleno de contrastes. No es la típica heroína noble y desinteresada, pero sin duda alguna tiene las botas bien puestas.

3) Orgullo y Prejuicio de Jane Austen

Elizabeth Bennet es el mejor ejemplo de una mujer que se rebela a su tiempo, sus circunstancias e incluso al amor, cuando este aparece bajo el orgulloso aspecto de Mr. Darcy. Es una historia encantadora, llena de hermoso diálogos, que te ayudarán a entender como el amor puede ser más fuerte que los prejuicios.

4) La palabra más Hermosa de Margaret Mazzantini.

Esta novela de una escritora italiana, nos cuenta la historia de Gemma, una profesional y adinerada mujer, que a puntos de casarse consigue el amor en un fotógrafo llamado Diego. Lamentablemente, la maternidad le rehúye y en esos innumerables intentos por tener un hijo, su vida, su mundo y su amor dan vuelcos terribles. Esta trama nos hará llorar, pero también nos enseñará que el amor tiene muchas formas, muchas vidas y no aparece solo una vez.

5) “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir

Este libro es una opción más filosófica. La autora nos habla de la intensidad con que vivió su propia existencia y se pregunta ¿Qué es ser mujer? Sin duda alguna, una opción imperdible, sobre todo para las intelectuales.

6) Cómo agua para chocolate de Laura Esquivel.
Tita es una mujer única, que les regala a sus comensales toda su fuerza interior. Su amor tiene luchar con el tiempo y se disuelve en un momento único de felicidad. Si quieres leer de un romance trágico, pero finamente adosado con las artes culinarias, esta novela te dejará un agradable sabor en la boca.

7) Paula de Isabel Allende
Este listado estaría incompleto, sin un libro de Isabel Allende. Este en particular, es una historia donde el presente vuela, gira y se descose. Es la vigilia de una madre al coma de su hija.  Sin duda una historia que moverá muchas fibras en nuestro interior. 

jueves, 26 de mayo de 2016

Las Cinco Vías en Santo Tomás

¿Cómo en Santo Tomas lo Relativo justifica la existencia de lo Absoluto?

A modo de introducción es oportuno resaltar que Santo Tomas de Aquino, al momento de probar la existencia de Dios, utiliza cinco vías, las cuales postulan lo siguiente:

-       Vía del Movimiento: El punto de partida de esta vía es el hecho que exista el movimiento, que en este caso no se refiere al movimiento físico.

En este punto Santo Tomás sigue a Aristóteles, sin embargo en el autor medieval el primer motor es Dios. Se trata del principio de causalidad que también se aplica en la segunda vía, pues el movimiento del ser móvil (para que pase de la potencia al acto) requiere de una causa eficaz, ya que "todo ente que se mueve es movido por otro".

En esta vía, se aplica el principio de contradicción ya que el autor realiza las siguientes conjeturas: La potencia no puede darse el acto a sí misma, para que esto ocurra es necesario un ser en acto. Entonces el ente que se mueve (en cuanto tal) está en potencia y el ente que lo mueve (en cuanto tal) está en acto, pues nadie puede estar en acto y en potencia al mismo tiempo y con respecto a lo mismo. Esto implica que nadie puede ser motor y a su vez ser movido en un mismo tiempo. Entonces se requiere de Dios como aquel que se encuentra en acto puro para mover a los demás seres.

Es oportuno indicar que no existe la probabilidad de la regresión al infinito, pues si cuando un ser es motor de otro, puede ser inmóvil o no, si es inmóvil se encontró el primer motor, sino lo es, el que lo movió a su vez puede también tener la misma dualidad. Pero una sucesión de motores móviles trasmitirían el movimiento, pero ninguno sería capaz de explicarlo. Esto se explicó en clases con el ejemplo de solicitar una cantidad de dinero a alguien y si esta no lo tiene entonces que se lo pida a otra y así hasta obtener el dinero, eventualmente se recabará la suma, pero es imposible pensar que esto seguirá infinitamente.

-       Vía de la Causalidad: Es un argumento según el cual toda causa, es causada por el algo anterior, por eso necesitamos una primera causa que no sea causada. En este punto no vamos a explanarnos mucho, porque básicamente su fundamentación lógica es la misma que fue descrita en la primera vía.  El punto de partida de esta explicación es el hecho de la causación, pues existen cosas que dependen de causas eficientes, tanto en su ser sustancial como en sus modos de ser accidentales. 
Esa causa primera es Dios, el ser absoluto que es causa incausada de todo y que es necesario para explicar la existencia de los resto de las cosas.
-       Vía de la Contingencia: Esta vía encuentra asidero conceptual en la noción de contingencia, como aquella particularidad de la no necesidad  del ser, un ser es contingente cuando no es necesario, puede existir o puede no existir.
Para Santo Tomas de Aquino el hecho de que todos los seres del universo sean contingentes y que por lo tanto puedan o no existir, no da sentido de continuidad al mismo. Se requiere de un ser que necesariamente exista, que no sea contingente. De acuerdo con esto el ser contingente es un ser condicionado, mientras que el ser necesario es incondicionado, por ende uno es relativo y el otro absoluto.
-       Vía de los grados de Perfección: Todo lo que existe es más o menos perfecto, es relativo. Necesitamos una perfección absoluta y esa perfección es Dios.
Esta vía se explica porque las cosas del mundo son entes finitos, en desarrollo, perfectibles pero no perfectos. Por ello es necesario un ser absoluto (Dios), que ya es perfecto. El ser de perfección limitada es dependiente, ha debido recibir su perfección de otro (su causa).
La perfección infinita de Dios, como causa primera, se vuelve finita en sus efectos, pues queda limitada por la capacidad de las esencias que lo reciben, sin embargo hay una participación de las mismas en la perfección divina.
-       Vía de orden del Universo: El universo está ordenado, todos los entes tienen fines que se cumplen. Se necesita que haya alguien que ordene el universo, pues la materia no se ordena a sí misma.
Existen seres no inteligentes que obran en vista de un fin, que no se han dado así mismo, sino que la ha recibido de otro ser. Un orden intencional supone la acción de una inteligencia. Ni la causalidad ni la necesidad pueden dar cuenta de ese orden. Por lo tanto el ser sometido a leyes naturales es dependiente, ha debido de recibir sus leyes de otro ser (su causa), el cual si será inteligente.
En consecuencia esta vía permite afirmar que existe una inteligencia ordenadora incondicionada (que existe por si misma), vale decir que existe Dios.


Estas pruebas son razonamientos metáficos, en los cuales se evidencia como lo relativo es necesario para explicar la existencia de lo absoluto. Dios se explica desde el reflejo que deja la creación divina y su presencia en el mundo, en las cosas, en los entes. Así pues, el hecho de la existencia de seres mutables, movibles, perfectibles, contingentes, etc. Es un reflejo de la existencia de Dios.

Estas Cinco Vías de Santo Tomas, es un tipo de argumentación a posteriori, se basa en la observación de fenómenos ya acontecidos, como una prueba o un reflejo de la existencia de Dios.


En otras palabras las cosas del mundo son mutables, temporales y contingentes. Sin embargo el poder absoluto que las hace posible es inmutable, eterno y necesario. La mera verificación de la existencia de esos seres contingentes (y por ende relativos), es una prueba de la existencia de lo absoluto (Dios). Por ello, lo absoluto requiere de lo relativo para justificar su existencia y a su vez lo relativo no podría existir sin lo absoluto, pues el ser absoluto que lo hace posible es la causa primera, es decir, que es la causa (que a su vez no tuvo causa) de todo lo relativo.  

lunes, 4 de abril de 2016

Marsilio de Padua: El Defensor de la Paz

El primer abordaje que se realizó para la cátedra versó sobre el libro de las Guerras del Peloponeso de Tucídides, específicamente el Discurso Funerario de Pericles y al Discurso de los Melios, de forma tal que se logró conocer una doble actuación de Atenas en el manejo de la insociable sociabilidad entre iguales (relaciones horizontales) y su manejo entre desiguales (relación de verticalidad). De igual forma se pudo observar dos puntos de vista con respecto a la misma Polis,  uno que retracta la grandeza de Atenas, como una ciudad y un estilo de vida por el cual vale la pena morir y el de los Melios, que la ven como un imperio que trata de conservar su poder y que los obliga a elegir entre su seguridad y su libertad.

Ahora, en este segundo ensayo se abordarán los argumentos de Marsilio de Padua en su libro el Defensor de la Paz. Dicha aproximación se realiza siempre bajo la óptica de la insociable sociabilidad explicada por Kant[1], en su antropología práctica y que de acuerdo con los lineamientos dictados por la cátedra, es el hilo conductor para analizar a los autores bajo estudio.

En principio, pareciera que se trata de dos puntos de vista irreconciliables, el primero es referido a las Guerras del Peloponeso, mientras que Marsilio de Padua  titula su obra el defensor de la paz,  sin embargo no significa que este autor escriba en un contexto histórico idílico, por el contrario, la época que le toca vivir está marcada por el conflicto entre el poder temporal y el espiritual. Por ello es una preocupación muy latente en el autor definir que le corresponde resolver a la iglesia y que al imperio.

En tal sentido, se puede observar también en Dante, otro de los autores estudiados en la materia, esta preocupación, quien se decanta por una separación total de la Iglesia y el Estado[2].  

Dentro de la obra de Marsilio de Padua se verifica una visión que pretende integrar los dos órdenes, el civil y el eclesiástico. Su intención no es suprimir una instancia ni independizarla, sino lograr que funcionen de forma armonizada[3].

El pensamiento de Marsilio de Padua, encuentra asidero teórico es en Aristóteles, por ello resulta un artificial crear una semejanza a ultranza con Tucídides. De hecho para Bobbio[4] no existe en el medievo etapas realmente importante para el desarrollo de las teorías de gobierno. Dicho autor explica que esto es consecuencia del descubrimiento tardío de los textos de la antigüedad, los cuales se convierten en una referencia obligada para los estudiosos de la época e incluso es categórica al afirmar que Marsilio de Padua en cuanto a la clasificación de las constituciones prácticamente se limita a traducir a Aristóteles.

Luís Martínez Gómez[5], en el estudio preliminar de la obra el Defensor de la Paz, también expresa que Marsilio se apoya en Aristóteles, haciendo la explicación que dicha alusión al filósofo antiguo era obligada en ese tiempo.

Con respecto a los planteamientos específicos de Marsilio de Padua, es necesario mencionar su objetivo de explicar las causas que destruyen la paz y sentar las bases para atacar tal situación. Otro punto  a destacar que es el que libro se tituló de tal manera porque está dedicado al emperador, al que le corresponde la misión de defender la paz. Esto es importante porque la paz viene a ser una tarea del poder temporal y no de la iglesia.

Este tratado se llamará El defensor de la paz, porque en él se tratan y se explican las principales causas por las que existe y se conserva la paz civil o tranquilidad (civilis pax sive tranquillitas), y también las causas por la cuales surge, se impide y se suprime su contrario, la contienda”[6].

Desarrollando un poco el contexto histórico sobre el cual versa la obra de Marsilio de Padua, explica Bayona Aznar[7] que los papas decían intervenir para establecer la paz entre los contendientes y los emperadores, por el contrario, eran una especie de paladines de la paz, en contra de las decisiones del mismo papa. Para la época en que escribe Marsilio, el papa Juan XXII  no reconoce a Luis de Baviera como emperador, quien a su vez califica al papa como enemigo de la paz, por lo cual convoca al concilio general.

Marsilio de Padua comienza su obra enumerando las ventajas de la tranquilidad y lamenta que está no esté presente en el reino itálico. Explica que los frutos de la tranquilidad constituyen lo mejor para el hombre, es decir lo necesario para su vida y que nadie los puede conseguir sin paz ni tranquilidad.

Cabe destacar también que Marsilio de Padua recurre a la concepción aristotélica de las civitas como organismo o animal, por eso la salud "es la disposición buena del animal, en la cual cada uno de sus miembros puede ejercitar perfectamente las acciones de su naturaleza[8]. Dicha analogía se mantiene en consecuencia para definir la tranquilidad de la ciudad o reino, en la cual cada una de sus partes puede realizar perfectamente las operaciones convenientes a su naturaleza según la razón y su constitución.

Además de lo anterior se puede observar que la tranquilidad depende también de que las partes dentro de la sociedad ejerzan las funciones que les son propias y no pretendan ejercer otras que no les corresponden. Esta explicación ya delimita el papel del poder temporal y del espiritual, pues basta con definir sus atribuciones y que se limiten a las mismas, para que pueda existir tranquilidad y a su vez se gocen de sus frutos.

De este modo la paz es el resultado de la “buena ordenación” como la salud del organismo es producto del buen funcionamiento de sus órganos y miembros, así como la enfermedad, es el mal funcionamiento y  puede llevar a la muerte en el caso del animal y a la destrucción de la comunidad en el caso de la ciudad o reino.

La paz de la que habla Marsilio de Padua no es tanto la ausencia de ataques externos, sino el orden social interno. Porque tranquillitas e intranquillitas no son la paz y la guerra en el sentido de unos pueblos contra otros. El conflicto tranquillitas/intranquillitas que Marsilio de Padua considera y pretende resolver remite al orden o desorden, según haya o falte la buena disposición interna, es decir, la institución racional de sus partes y el establecimiento de las instituciones políticas y del gobierno desde dentro. El desorden es interior y la guerra, exterior. Estas líneas no permiten trazar un paralelismo con el contenido del discurso funerario de Pericles, el cual se refiere a una sociedad en tranquilidad, por cuanto cada quien actúa dentro de su ámbito de competencia y parece haber un balance entre lo público y lo privado, con un mayor peso de lo primero sobre lo segundo. El tema de la guerra es abordado en el discurso de los Melios, pero no es a este tipo de conflicto que se refiere el autor, sino a los internos.

Así las cosas, usando la terminología kantiana la tranquilidad parece ser un estado en el cual se ha logrado controlar la tensión que resulta de la insociable sociabilidad del hombre, por medio de la asignación de un rol a cada parte de la sociedad, la cual tiene que actuar dentro del mismo, sin usurpar funciones.  Precisamente esa usurpación por parte de la iglesia es la trae las consecuencia de la intranquilidad que le toca vivir a Italia.

Ahora bien, siendo que la tranquilidad definida en los términos de Marsilio de Padua, haciendo un ejercicio de abstracción, puede evidenciarse en la vida que tenían los atenienses de acuerdo al discurso funerario de Pericles.

Entre Tucídides y Marsilio pareciera haber dos visiones divergentes con respecto a la apreciación de la política. Para explicar lo anterior,  se debe considerar lo expresado por García Pelayo en su libro la “Idea de la Política”, pues este autor explica que sobre la misma siempre han existido dos visiones, una que se centra en la paz y otra en la guerra, en tal sentido expone:

Una mirada a la realidad política circundante nos revela inmediatamente su carácter ambivalente. En efecto, tal mirada nos muestra, de un lado, que la política se despliega en la tensión, el conflicto y la lucha, sea entre conjuntos o constelacio­nes de Estados, sea entre estados particulares, sea, dentro de éstos, entre partidos, camarillas, intereses e ideologías; la política se nos muestra desde esta perspectiva como una pugna entre fuerzas o grupos de fuerzas, y, por tanto, dominada por el dinamismo. De otro lado, que tal lucha normalmente se justifica por su referencia a una idea o un sistema axiológicos, y que en medio de ella late el intento de encontrar un orden cierto de convivencia bajo cuya forma se desarrolle el fluir de los actos en los que transcurre la vida política[9].

Continuando con tal autor, el mismo clasifica a Tucídides, a los sofistas y a Polibio como partidarios de la doctrina de que la política gira en torno al poder, a la lucha y a la voluntad. Mientras que explica que Sócrates, Platón, Aristóteles y Cicerón sostienen la tesis contrario. Con respecto a la edad media, etapa estudiada en la cátedra, explica que San Agustín se pregunta “¿Qué son los reinos cuando de ellos está ausente la justicia, sino magna latrocinia?”, concibe el orden político como un régimen de paz y de justicia, entendiendo que no puede haber verdadera paz, es decir, concordia, si no está asentada sobre la justicia, que se convierte así en fundamento de los reinos. Agrega además que con Santo Tomás y con Dante la concepción de la política gira en torno a la paz y a la justicia.

Con respecto a Marsilio de Padua, García Pelayo considera que la visión de este gira en torno al poder (en consecuencia en este punto sería semejante a Tucídides), pues expresa lo siguiente:

En cambio, el aristotelismo de izquierda de Marsilio de Padua mantiene el primado de la voluntad con lo cual la política comienza a separarse de la ética, y el orden social pasa a ser concebido como una consecuencia del poder que impone las leyes, con independencia de que estas se adecuen o no a la justicia, de modo que la unidad del Estado (regnum) es ante todo un resultado de la unidad de poder.

No obstante lo anterior, en este punto se difiere de lo señalado por García Pelayo, pues si bien hay en Marsilio de Padua una referencia al poder, el mismo resulta un medio para la obtención de un fin mayor que es la tranquilidad y la paz. Por ello se es de la opinión que Tucídides y Marsilio de Padua, son autores que tienen dos visiones distintas de la política, el primero se centra en la guerra, mientras que Marsilio pone como norte de la actuación del emperador el mantenimiento de la paz, por ello se debe erigir como un defensor de la misma.



[1] KANT, I. (1785/1990). Antropología Práctica (según el manuscrito inédito de C.C. Mrongovius, fechado en 1785). Madrid. (T. R. Rodríguez). Editorial tecnos. Versión Digital.
[2] ALIGHIERI, D.  Monarquía. Estudio preliminar y notas de Laurenao Robles Carcedo y Luis Frayle Delgado (1992) Editorial tecnos. Versión Digital
[3] De Padua, M. El Defensor de la paz, traducción de Luis Martínez (1989), Editorial Tecnos. Versión Digital
[4] Bobbio, N. La teoría de las Formas de Gobierno en la Historia del Pensamiento Político. Traducción de Fernández Santillán. Segunda Edición. FCE, 2001
[5] De Padua, M. op. Cit.
[6] De Padua, M. op. Cit.
[7] Bayona Aznar, B. La Paz en la obra de Marsilio de Padua. Contraste Revista Internacional de Filosofía, [en línea] 2006, XI: [Fecha de consulta: 24 de marzo de 2016] Disponible en:<http://www.uma.es/contrastes/pdf/011/03Bayona_Aznar.pdf> ISSN 1136-4076
[8] De Padua, M. op. Cit.
[9]García Pelayo, M (1968). La Idea de la Política [en línea]  [Fecha de consulta: 24 de marzo de 2016] Disponible en:< http://tubibliotecadecienciapoliticaenpdf.blogspot.com/2014/10/manuel-garcia-pelayo-idea-de-la.html> 

jueves, 25 de febrero de 2016

Tucídides: El Discurso Funerario de Pericles y el Dialogo de Melos

La guerra del Peloponeso fue un conflicto armado en la antigua Grecia, que a los fines de los objetivos del curso de Filosofía de la Praxis II, se estudiará a través del relato que del mismo hace Tucídides. En tal sentido, se analizan dos puntos emblemáticos en el desenvolvimiento de dicho conflicto, como lo son el Discurso Funerario de Pericles y el Diálogo de Melos.

Ahora bien, en estas líneas se pretende reflexionar sobre la realidad histórica supra mencionada, bajo la óptica de la insociable sociabilidad explicada por Kant, en su antropología práctica y que de acuerdo con los lineamientos dictados por la cátedra, es el hilo conductor para entender a los distintos autores seleccionados.

El Discurso Funerario de Pericles.

En el 431 A.C., le corresponde a Pericles rendir honores a los caídos en el primer año de guerra. Su discurso muestra una democracia sólida en Atenas. Más allá de la adecuación de esa situación con la realidad, Pericles explica la concepción que tienen los atenienses de su polis, así como la imagen de sí mismos.

En primer lugar, si se sigue la caracterización del ser humano kantiana, en la cual se hace referencia a las características del hombre y su carácter moral, encontrándose en ellas las disposiciones naturales, el temperamento y el carácter natural o el modo de pensar en general[1], Pericles retracta el capricho del hombre a la hora de escuchar halagos sobre los demás: Los considerará muy poco, si tiene en estima a los homenajeados o por el contrario, al creerlo superior a sus fuerzas, la envidia no permite creer tales facultades.

Ahora bien, corresponde identificar en este discurso la tensión que se origina en toda sociedad, producto del deseo contradictorio del hombre de vivir con sus congéneres y a su vez de aislarse. En ese sentido, Pericles habla de una polis con un alto grado de civismo, igualdad y respeto por la Ley.

Con respecto a la interacción de lo público con lo privado, Pericles pareciera creer en un equilibrio, pues expresa:

“Nosotros, pues, en lo que toca a nuestra república gobernamos libremente; y asimismo en los tratos y negocios que tenemos diariamente con nuestros vecinos y comarcanos[2]

Adicionalmente agrega que para mitigar los trabajos, tienen juegos, certámenes, etc. Vale decir que hay recreaciones para el disfrute individual.

Otro punto de mucha importancia es la igualdad de oportunidades ante la Ley para dirigir los destinos públicos. Incluso, expresa que es una obligación de todo aquel que tiene una virtud procurar el bien y la honra de la ciudad.

Además, la democracia se erige como pilar fundamental de esta ciudad. En tal sentido, es una forma de gobierno ejemplar, en la cual el destino de la ciudad está en manos de muchos y se rige por las leyes.

En síntesis, Pericles hace una descripción idílica de Atenas, donde se obedece la Ley por el mero hecho de respetarla y no por miedo al juez. Por ese glorioso modo de vida y por esa ciudad, fue que murieron los homenajeados, lo cual debía ser motivo de honra para sus padres, hermanos, hijos y viudas.

Esta concepción pareciera indicar entonces, que si bien existía un espacio para lo público, para lo privado y que el ateniense podía alcanzar cualquier cargo que su habilidad natural, talento o estudio lo preparara para ello. Lo público adquiría un sentido preponderante, pues valía la pena morir por un estilo de vida y no habría mayor consuelo para los deudos, que el destino final de sus seres queridos haya sido por la grandeza de Atenas.

Concatenado con la idea anterior, es preciso apuntar:

Todos cuidan de igual modo de las cosas de la república que tocan al bien común, como de las suyas propias; y ocupados en sus negocios particulares, procuran estar enterados de los del común. Sólo nosotros juzgamos al que no se cuida de la república, no solamente por ciudadano ocioso y negligente, sino también por hombre inútil y sin provecho[3].

Lo anterior, conlleva a concluir que si bien parecía que los atenienses lograron crear una estructura donde había un interacción balanceada entre lo público y lo privado, controlando así la tensión entre la insociable sociabilidad del hombre. Lo cierto es que lo público tiene un mayor peso sobre lo privado, por ende el bien colectivo está por encima del individual. 

El Dialogo de Melos.

La primera parte de esta breve reflexión, se hizo referencia a una visión de la vida ateniense entre sus conciudadanos, pues Pericles se está dirigiendo a sus pares, los cuales disfrutan de una igualdad de condiciones ante la Ley, es pues una relación horizontal. Sin embargo, en el dialogo que se produce entre los atenienses y los habitantes de la Isla de Melos, se trata de una discusión entre desiguales, donde una parte tiene mayor fuerza que la otra y en este punto no se aplican  las mismas reglas que para los atenienses. Lo anterior lo convierte en una relación vertical.

Esta nueva visión de Atenas, se evidencia como un imperio que quiere mantenerse  y para eso debe hacer uso de la fuerza. En este sentido, se puede apuntar lo siguiente:

Como el de todo ser vivo, el fin del imperio es conservarse.  Carece de la más mínima vocación de sacrificio y repudia cualquier instrumento o acción susceptible de dañarle. Del conjunto de medios con los que proveer a su seguridad el imperio, por serlo, se servirá naturalmente de uno: su propia fuerza[4].

Así pues los atenienses van a la Isla de Melos a proponerles una alianza, sin embargo está propuesta es más una imposición, pues los Melios aspiraban a la neutralidad y en ese sentido, es claro que para los atenienses esto no es posible. La diatriba de los Melios se ubica en sacrificar su libertad en aras de su seguridad, pues antes de someterse a la voluntad de los atenienses eran un pueblo libre, sin embargo ante la fuerza de estos, sus opciones se reducen drásticamente.

Además la idea de “lo justo” en esta situación de guerra, debe ceder frente a las ideas de utilidad y necesidad del Estado. Atenas necesitaba la alianza con la Isla de Melos, para conservar su poderío, en este sentido, hay un sometimiento bajo amenaza a los Melios, pues le expresan:

Os es ciertamente provechoso, porque más vale que seáis súbditos que sufrir todos los males y daños que os pueden venir a causa de la guerra; y nuestro provecho cosiste en que nos conviene más mandaros y teneros por súbditos que mataros y destruiros[5].

Otra frase que demuestra la naturaleza de las hostilidades en este punto, es cuando los Melios les proponen a los atenienses su amistad y estos  responden que le temen más a su amistad que a su odio, porque sería una señal de debilidad y ese ejemplo sería peligroso frente a sus otros enemigos.

Finalmente, se debe señalar que el análisis de estos dos textos, permite conocer una doble actuación de Atenas: Por un lado el manejo de la insociable sociabilidad entre iguales (relaciones horizontales) y su manejo entre desiguales (relación de verticalidad).

De igual forma se puede observar dos puntos de vista: El de Pericles, que             retracta la grandeza de Atenas, como una ciudad y un estilo de vida por el cual vale la pena morir y el de los Melios, que se enfrenta a un imperio que trata de conservar su poder y supremacía, por ello debe elegir entre su seguridad y su libertad.








[1] KANT, I. (1785/1990). Antropología Práctica (según el manuscrito inédito de C.C. Mrongovius, fechado en 1785). Madrid. (T. R. Rodríguez). Editorial tecnos. Versión Digital. Página 192
[2] TUCIDIDES. (423 a.C./2007).GUERRA DEL PELOPONESO.  (Traducción Diego Gracián). Versión Digital. Página 192
[3] TUCIDIDES Op. Cit. 194
[4] HERMOSA ANDÚJAR, A. El diálogo de Melos o la conservación del Imperio. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades [en línea] 2004, 5 (primer semestre) : [Fecha de consulta: 05 de febrero de 2016] Disponible en:<http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=28211505> ISSN 1575-6823
[5] Tucídides Op. Cit. 518